De todo un poco

Que la vida iba en serio…

Que la vida iba en serio

Así que va a ser verdad que iba en serio.

Estaba yo ayer tomando un refresco en una terraza con un viejo amigo. Entré al baño y pasé junto a la misma mesa de billar en la que yo solía jugar con mis amigos en una época en la que los chavales que ahora estaban allí, empuñando los tacos con gran jolgorio, ni siquiera habían nacido. Nada había cambiado en el bar. La misma mesa de billar, las mismas escaleras, la misma barra.
Fue como si mientras jugaba al billar, en un momento de descuido, hubiera cerrado los ojos abstraído y, al volver a abrirlos, me hubiera encontrado allí mismo, 35 años más tarde, 35 años más viejo. Del extraordinario contraste entre los brillantes futuros que entonces imaginaba con los discretos presentes por los que ahora camino mejor, si eso, ya hablo otro día.
Salí pensativo, me reencontré con mi amigo y, así, a bocajarro, se me ocurre preguntarle si alguna vez se interroga acerca de «para qué vivimos». De su perplejidad también prefiero no decir nada.
Y, por la noche, justo antes de dormir, una última mirada y me encuentro, de sopetón, con este viejo poema.
Sincronicidades. Ahí es nada.
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Michael Collins – IN MEMORIAM

Michael Collins – IN MEMORIAM

Será como hace unos siete u ocho años que esta biografía cayó en mis manos por primera vez. Y como era natural, no pude resistirme a leerla. No soy muy de biografías, pero leer de primera mano las experiencias de este hombre que tuvo el enorme privilegio de pilotar la nave de la primera expedición humana a la luna resultó una experiencia casi mística. Supongo que siempre he sido un romántico, pero aún ahora me cuesta trabajo concebir un viaje más alucinante que aquel que este hombre protagonizó hace ya la friolera de 52 años.

Michael Collins siempre fue mi preferido. Quizás por ese caracter sencillo que le llevó a aceptar con orgullo el papel, aparentemente ingrato, de mantener la nave en órbita mientras sus dos compañeros descendían a la superficie del satélite ante la mirada atónita de, literalmente, todo el planeta.

Hoy, Michael Collins nos ha dejado. Y con él, se va agrandando ese hueco que van dejando los grandes hombres de mi vida, a los que tanto he admirado y a los que, de niño, tanto anhelaba parecerme. Y tan estremecedor como aquel insólito acontecimiento es el hecho cierto de que en este último viaje todos le acompañaremos un día ya no tan lejano. Sólo espero que el camino haya valido la pena. Hoy, brindo por ello y por mi admirado y querido astronauta.

Que el cielo te acoja de nuevo, Michael Collins.

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